EL LADRILLO, EL VIDRIO Y EL ÁNGULO AGUDO
Dilemas de los arquitectos alemanes.


Fritz Höger.
Chilehaus.
Hamburgo, 1923.

Mies van der Rohe.
Edificio en la Friedrichstrasse.
Berlín, 1921.

Hans Kollhoff.
Torre Daimler-Chrysler en Postdamer Platz.
Berlín, 1999


La elevación del vidrio a la categoría de material sublime, capaz de expresar una nueva espiritualidad, por parte de los expresionistas alemanes, tiene en 1914 un hito: el pabellón de cristal de Bruno Taut para la exposición del Deutsche Werkbund, con su cúpula en forma de diamante tallado. Por esas fechas, Paul Scheerbart, autor del poema en prosa Glasarchitektur, escribe: “Construir con ladrillo sólo nos perjudica. El vidrio de colores destruye el odio…Lo lamentamos por la cultura del ladrillo. Sin un palacio de cristal la vida se convierte en una carga”. [1]
Una versión más moderna que la de Taut del palacio de cristal es el proyecto presentado por Mies van der Rohe al concurso para un edificio de oficinas en la Friedrichstrasse de Berlín, en 1921, que ejemplifica los principios que, un año después, quedarán fijados en el texto Beton, Eisen und Glas (hormigón, acero y cristal), publicado en el primer número de la revista del grupo G: los pilares y las jácenas, al eliminar las paredes de carga, dejan una construcción de piel y huesos, un esqueleto envuelto en vidrio.
La cultura del ladrillo que señalaba Scheerbart tiene un importante representante en la Chilehaus de Fritz Höger, edificio de oficinas para una compañía naviera construido en Hamburgo entre 1923 y 1924, posterior por tanto al proyecto de Mies para la Friedrichstrasse. La Chilehaus es un volumen masivo de ladrillo, con fachadas apilastradas, fenestración uniforme y abundante decoración, igual a otros muchos de la misma época en esa ciudad.

Fritz Höger. Chilehaus. Hamburgo, 1923
Lo que hace único al edificio de Fritz Höger es su silueta vista desde el cruce entre las calles Burchardstrasse y Pumpen. Esa silueta busca emular la imagen de un barco: los voladizos escalonados de las últimas plantas se asemejan a las terrazas de las cubiertas, y la esquina es una afilada proa.

Estos elementos cobran fuerza gracias a la traza curva de la fachada sur, imprescindible para evocar la imagen del casco de un barco. La línea ondulada, concavo-convexa, de esa fachada, además, contrasta fuertemente con la alineación recta de la fachada norte, y de ello resulta una asimetría que hace mucho más interesante (y moderna) la esquina.
La razón por la que los edificios con sus dos fachadas principales en ángulo agudo tienen tanta fuerza como hitos urbanos es el hecho de que el ángulo agudo provoca una elevación del edificio, como si se pusiera de puntillas para ser más alto. Esto se debe a que el ángulo agudo produce una distorsión de la perspectiva, que hace la silueta recortada contra el cielo que percibimos sea la correspondiente a un edificio de una altura mucho mayor que la que tiene realmente.
La disposición angulada de las paredes de vidrio en la propuesta para la Friedrichstrasse busca, según Mies, fraccionar la fachada, evitando superficies de cristal demasiado grandes y produciendo al mismo tiempo un juego de reflejos. Este juego sustituye en la arquitectura de vidrio al de luces y sombras de la arquitectura de muros de carga, que es el que encontramos en la Chilehaus.
Hay un aspecto, por tanto, teatral en este tipo de planta en forma de triángulo acutángulo, que desde luego no puede justificarse por cuestiones funcionales, ya que más bien genera dificultades de orden práctico en la distribución interior. Es una planta propia de edificios con vocación de protagonismo, apta para expresar su carácter de edificio único: esquinas así no abundan en la ciudad.
Tanto la Chilehaus como el edificio de Mies para la Friedrchstrasse pueden considerarse como claros ejemplos de arquitectura expresionista, y ambos tienen una esquina en ángulo agudo (Mies, de hecho, tiene tres). Sin embargo, el edificio de Mies ha quedado asimilado a la vanguardia, y la Chilehaus no. [2]
La Chilehaus no es en absoluto un edificio clasicista, sino más bien gótico, y sus fachadas presentan un relieve que las hace muy diferentes de las tersas superficies lisas del edificio de Mies. Esas fachadas, además, son de ladrillo visto. 

            Mies van der Rohe. Propuesta para edificio de oficinas en la Friedrichstarsse, Berlín, 1921
El ladrillo visto es un material que tiene para Höger connotaciones de honestidad y autenticidad: se le considera un material apropiado para expresar el temple del carácter alemán, y no se puede disfrazar con un maquillaje blanco, como la arquitectura del estilo internacional.
Mies optó también por el ladrillo visto en sus casas alemanas de los años 20, como la Wolf, la Lange y la Esters, en su caso por razones de supuesta sinceridad constructiva: era la época en la que afirmaba en la revista del grupo G: “Nos negamos a reconocer problemas de forma; sólo hay problemas de construcción”.[3] Pero esta etapa quedó clausurada cuando irrumpió en su obra la planta libre, derivada de las enseñanzas de Wright y De Stijl, y el ladrillo dejó paso de modo casi exclusivo al vidrio y al acero.
La tensión que los arquitectos alemanes experimentan en relación con estos dos materiales, vidrio y ladrillo, estaría relacionada con lo que quieren expresar en sus edificios: esencias propias y tradición constructiva o cosmopolitismo y tecnología punta. Podríamos considerar que el ladrillo está asociado a lo local, y el vidrio a lo internacional.
Es curioso que cuando reaparece una cierta idea de orgullo alemán, como ocurrió tras la reunificación, reaparezca el ladrillo. La torre de Postdamer Platz de Hans Kollhoff es un buen ejemplo, y tiene muchos puntos en común con la Chilehaus: es de ladrillo, su fachada tiene un cierto relieve y, además, tiene también una esquina asimétrica en ángulo agudo. Sus volúmenes escalonados, aunque emparentados con la tradición americana en materia de rascacielos, son también un recurso propio de la arquitectura expresionista alemana.
Al lado de la torre de Kollhoff están la de Renzo Piano y la de Andreas Steinhoff, que es un buen ejemplo del actual estilo internacional, o más bien de la arquitectura ostentosa de vidrio de alta gama y acero inoxidable de la Europa opulenta.
Tenemos palacios de cristal como los que soñaba Scheerbart, pero son las sedes de poderosas y ajenas corporaciones internacionales, por lo que difícilmente van a contribuir a que la vida deje de ser una carga. Sería por ello preferible, seguramente, que no impusieran su presencia de un modo tan evidente, y que al menos escondiesen su poder detrás de las ventanas de unas fachadas de ladrillo sobrias y severas.

Hans Kollhoff. Daimler-Chrysler Tower. Postdamer Platz, Berlín, 1999

NOTAS
1. Paul Scheerbart, Berlín, 1914 (citado por Kenneth Frampton en Modernidad y tradición en las obras de Mies van der Rohe, en VV.AA., Mies van der Rohe: su arquitectura y sus discípulos, MOPU, Madrid, 1987).
2. Una comparación entre la Chilehaus y la torre de la Friedrichstrasse, desde el punto de vista de su relación con el entorno, puede encontrarse en Quetglas, Josep, El horror cristalizado, Actar, Barcelona, 2001.
3. Mies van der Rohe, “Bürohaus”, G, 1, 1923 (citado en Johnson, Philip, Mies van der Rohe, Secker & Warburg, Londres, 1947).