INTRODUCCIÓN


Colin Rowe, en su excelente introducción al libro Five Architects, señala que una de las intuiciones centrales del movimiento moderno es la idea de que cualquier repetición, copia o empleo de modelos previos supone una falta de agudeza creativa. Por ello, dice, la arquitectura moderna ha primado como valor el “descubrimiento”, y al mismo tiempo ha sido incapaz de reconocerlo como “invención”, sino que ha preferido considerarlo como un resultado objetivo, lógico e inevitable, de hechos funcionales y tecnológicos. [1]

Si aceptamos esa idea, dice Rowe, entonces los edificios de los Five Architects son un problema, por no decir un anacronismo, una herejía o, cuanto menos, una frivolidad: si los edificios de Eisenman, Graves, Gwathmey, Hejduk y Meier son arquitectura actual, no deberían parecerse a la arquitectura moderna de los años treinta. 

Pero no hacía falta esperar a los Five para ver formas inspiradas en el pasado reciente. La historia de la arquitectura contemporánea abunda, desde el primer momento, como veremos, en ejemplos de préstamos formales más o menos literales. 

Es por ello interesante conocer la opinión al respecto de Philip Johnson, que bebió abundantemente de las obras, de los proyectos, de los dibujos y hasta de los croquis de Mies van der Rohe. En una charla con estudiantes de arquitectura de Harvard en 1954, Johnson se posiciona en contra de lo que él llama “Las siete muletillas de la arquitectura moderna”. 

La primera es la muletilla de la Historia, cuya autoridad estaba teóricamente abolida por la arquitectura moderna. La segunda es la muletilla del Dibujo Bonito, el culto a los planos bellos, que olvida que la arquitectura es algo que se construye. En relación con la tercera, la muletilla de la Utilidad, Johnson señala que “no basta con que un edificio sirva para algo: Esto ya es de esperar. Es de esperar que, en nuestros días, del grifo de agua caliente de la cocina salga agua caliente.” [2] La cuarta es la muletilla de la Comodidad, que hoy llamaríamos de la sostenibilidad, y que enfatiza los aspectos de confort y control del medio ambiente. Las muletillas de la Baratura y la de Servir al Cliente son las siguientes, y la última es la de la Estructura, que pretende identificar proyecto y el orden estructural. 

Al final, Johnson propone abandonar todas estas muletillas y enfrentarse con el verdadero problema, que es el acto de creación, que, como el nacimiento y la muerte, es algo que cada cual tiene que afrontar por su cuenta. Y para ello nada mejor, según él, que la definición de la arquitectura de Le Corbusier: “L´architecture, c´est le jeux, savant, correct, et magnifique, des formes sous la lumiere”. 

Y después de decir que la arquitectura es ante todo un arte, Philip Johnson termina autodefiniéndose como un tradicionalista que cree en la historia, y aclara cómo entiende él ese acto de creación “No me esfuerzo por alcanzar la originalidad. Mies ya me lo dijo una vez: “Philip, vale más ser bueno que ser original”. Yo así lo creo. Por fortuna, tenemos la base representada por la obra de nuestros precursores espirituales. Los odiamos, desde luego, como todos los hijos espirituales odian a sus padres espirituales, pero no podemos ignorarlos ni ignorar su grandeza. Me refiero, por supuesto, a Walter Gropius, Le Corbusier y Mies van der Rohe. Debiera incluir entre ellos a Frank Lloyd Wright… el mayor arquitecto del siglo XIX”.[3] 

La frase sobre Wright, por su maldad, habría podido firmarla perfectamente Truman Capote. En todo caso, como veremos, Johnson consiguió con estos supuestos realizar una obra que es bastante más que una nota a pie de página de la de Mies. 

Por otra parte, no es de extrañar que Mies quitase importancia a la originalidad, ya que, pese a ser un extraordinario creador, se dedicó con ahínco a copiarse a sí mismo, especialmente en la obra de sus últimos años: como él mismo decía, no se puede inventar una nueva arquitectura cada lunes. 

Una arquitectura ya añeja, que se hizo a principios del siglo XX, sigue pareciéndonos moderna, y, a falta de un nombre mejor, seguimos llamándola “arquitectura moderna”, y seguimos viendo en ella un referente formal, una materia de base para nuestros proyectos. 

Colin Rowe ha explicado mejor que nadie la razón de ello: “más que afirmar constantemente el mito revolucionario, se debería reconocer, más razonable y modestamente, que en los primeros años de este siglo se produjeron las grandes revoluciones del pensamiento, resolviéndose en profundos descubrimientos visuales todavía inexplicables y que, más que asumir un cambio intrínseco, prerrogativa de toda generación, podría ser más eficaz reconocer que ciertos cambios son tan enormes como para imponer una directiva que no puede resolverse en cualquier espacio de vida individual”. [4] 

Las obras de arquitectura que se comparan en las páginas siguientes a veces se parecen mucho y otras veces, simplemente, comparten algo. Muchas de las comparaciones han sido ya hechas, y algunas de ellas, como la de la casa Farnsworth y la Glasshouse, son ya capítulos clásicos de la historia de la arquitectura. Kenneth Clark señaló, en su estudio sobre Leonardo, que toda obra de arte necesita ser interpretada de nuevo para cada generación. Sin aspirar a tanto, lo que pretendemos es añadir algunas cosas a lo ya escrito y, sobre todo, poner juntas las obras que han tenido, por así decirlo, descendencia. 

La descendencia es siempre variopinta. En cualquier retrato de familia podemos observar que los rasgos de los hijos suelen conservan la belleza de los de sus padres, e incluso muchas veces los mejoran. Pero otras veces, en cambio, sólo percibimos en esos rasgos un pálido reflejo de aquella belleza. 

De las obras que presentamos, algunas son una especie de bootlegs, de descartes, de vías que no ha seguido el arquitecto. Es el caso de los edificios que mostramos de Philip Johnson, Luigi Moretti, I. M. Pei o Nikos Valsamakis, que nos hacen desear que hubiesen seguido por esa línea en más obras. 

Dennis Sharp escribió en 1972 un libro que he sacado muchas veces de la estantería. En su traducción española se titula Historia en imágenes de la arquitectura moderna, y pasa revista por décadas a los mejores edificios del periodo 1900-1960, presentándolos mediante una sola foto y, como mucho, una planta. Casi todos los edificios que me siguen gustando de los que salen en ese libro aparecen aquí, y, frente al ruido y la verborrea gráfica de algunas publicaciones actuales, me atraía la idea de un libro con bastantes edificios célebres y pocas imágenes, y en blanco y negro, de cada uno de ellos.[5]


Peter Palumbo, el promotor inmobiliario de Londres que compró la casa a Farnsworth en 1962, sentado en la plataforma exterior.
 
Fotos de la villa Savoye. Oeuvre Compète, Le Corbusier. El piloti fantasma.
En la foto 1, que es una vista lejana de la fachada sur, podemos ver, en el vano extremo de la izquierda, un pilar adicional, fuera de módulo, blanco y alineado con los demás. En la foto 2, que muestra desde dentro los pilotis de la fachada sur, este pilar fantasma aparece de color negro. En la foto 3, que es una vista cercana de la fachada sur, la sombra de la parte superior del pilar fantasma indica un retranqueo de ese pilar, contradictorio con la posición que se aprecia en la base.


NOTAS:
1. Rowe, Colin, introducción a Five Architects, Oxford University Press, Nueva York, 1972 (Five Architects, trad. Mª Luisa López Sardá, Gustavo Gili, Barcelona, 1975).
2. Johnson, Philip, “Las siete muletillas de la arquitectura moderna”, charla informal con estudiantes de Harvard, 1954; Perspecta, 3, 1955. Incluida en en Johnson, Philip, Escritos, Gustavo Gili, Barcelona, 1981. Wright no se quedaba corto tampoco: Johnson se queja de que dijo que su Glasshouse era una jaula de monos para un mono.
3. Johnson, Philip, ibid.
4. Rowe, Colin, op. Cit.
5. El subtítulo del libro que recoge todos estos escritos, Observaciones dispersas sobre parecidos razonables, está inspirado en el del libro Todo es comparable de Oscar Tusquets: Observaciones dispersas sobre el arte como disciplina útil, que demuestra que este arquitecto, aunque ya no tan enfant, sigue siendo igual de terrible, por suerte para los que disfrutamos con sus escritos.