RETORNO A CANTAGALLET

















Si se nos ocurre visitar un edificio proyectado y construido por nosotros mismos hace veinte años, lo peor que puede ocurrir es que no se haya conservado bien, sea por un mantenimiento deficiente o por errores de construcción que se evidencian con el paso del tiempo. Pero, en cualquier caso, el edificio no cambia de forma, porque una obra de arquitectura no deja de ser un objeto inerte, esté hecho de ladrillo, de acero, de piedra o de hormigón armado.
Sin embargo, esto no ocurre cuando lo que visitamos al cabo de veinte años de haberlo terminado es un parque, que es cualquier cosa menos un objeto inerte. Las especies vegetales que dan forma a un parque son organismos vivos, que, además de cambiar con las estaciones, crecen, se desarrollan y, algunas, hasta mueren.
Cuando dejamos el parque, después de haber dedicado nuestro tiempo a proyectarlo y a construirlo, algunas cosas quedan fijadas para siempre: la ordenación en planta, la configuración del terreno y los edificios o muros de piedra. Pero las especies vegetales, recién plantadas, las dejamos de ver cuando son todavía muy jóvenes. Si un padre deja de ver a sus hijos cuando son pequeños, y sólo vuelve a verlos cuando son ya adultos, puede que no los reconozca. La naturaleza, humana o vegetal, no tiene la estabilidad formal de la arquitectura.
Entre 1983 y 1988, en el marco del programa ARA (Arquitectura y Rehabilitación de Alcoy), se realizaron en Alcoy cuatro grandes parques urbanos: Viaducto, Santa Rosa, Batoy y Cantagallet, situados en distintos barrios de la ciudad.
El parque del que soy autor, y que visité en invierno de 2008, veinte años después de terminarlo, es el de Cantagallet, que era un proyecto de ordenación de un borde urbano, de un espacio de transición entre la ciudad y su entorno natural. 
El parque está situado en la zona más alta de Alcoy, en un área de 6,3 hectáreas a caballo entre el borde sur de de la ciudad y la cuenca del río Molinar, que era un espacio vacío resultado de un proceso de urbanización de la periferia poco cuidadoso que se desarrolló en los años 60-70, en el que la apertura de calles suponía comerse un poco de la colina, dejando un corte vertical de tierras que, en épocas de lluvias, generaba problemas de escorrentías incontroladas ladera abajo, que convertían las calles en depósitos de barro.

La topografía muy accidentada del área, con un desnivel de más de 50 metros entre la parte más alta y la más baja, obligó a un importante modelado del terreno, que se estructuró en paseos a diferentes niveles, conectados con las calles adyacentes mediante pequeñas plazas en los puntos de acceso al parque, que es un recinto vallado.
Para el disfrute de las magníficas vistas al paisaje natural que circunda a Alcoy, y en especial al parque natural de la Font Roja y al río Molinar, se proyectaron unos pabellones y miradores que encuadran y potencian dichas vistas. La experiencia de inmersión en la naturaleza tiene una especial intensidad en la plataforma situada en la cumbre del parque, con una gran lámina de agua y dos pabellones.
El retorno a Cantagallet me ha permitido ver un parque ya crecido. Las hojas caídas y el musgo en las albardillas de piedra de bateig y en la mampostería, unidos al enorme tamaño de los árboles, me han causado una extraña sensación.
El parque de Cantagallet fue mi particular pecado postmoderno. En mi descargo, debo decir que hubo una época en la que las revistas de arquitectura, y algunos profesores también, nos remitían a Rossi y Gandelsonas en vez de a Mies o Le Corbusier. Pero, veinte años después, los árboles han asumido el mando, y envuelven los elementos arquitectónicos hasta tal punto que resulta casi irrelevante que su diseño sea más o menos moderno. El único elemento que consigue todavía sobresalir un poco de la masa vegetal es la magnífica escultura de Andreu Alfaro instalada en el parque por decisión del propio artista.
He podido comprobar también que las perspectivas y las secuencias visuales previstas en proyecto se conservan en algunos casos, pero en otros han desaparecido, y han aparecido a su vez otras nuevas. En general, los espacios del parque crecido son más independientes entre sí. El sistema de paseos ya no se comprende de un solo golpe de vista, sino que los efectos de sorpresa son mucho mayores.














Hay también, por supuesto, algunas piedras rotas, y muchas paredes pintarrajeadas con graffitis. Pero el majestuoso espectáculo de un Liquidambar Styraciflua en todo su esplendor, con su copa de brillantes hojas rojas es, en cualquier caso, razón suficiente para volver.